Las fuentes históricas no aclaran si fue a la hora del desayuno o del almuerzo, pero lo cierto es que el 14 de febrero de 1861, Abraham Lincoln se bajó del tren al llegar a Cádiz, se dirigió a una especie de venta que había en un cruce y en ella se regaló una comilona tan opípara que le impidió dedicar siquiera una breve alocución a la población entusiasta, allí congregada para dar calor y color a la visita presidencial.
"Estoy demasiado lleno para hablar", son las únicas palabras suyas que han quedado inscritas con letras de oro en la memoria del lugar. Desde la ventana de aquel establecimiento, el presidente de los Estados Unidos no pudo ver mientras comía la luz de La Caleta ni las callejuelas del Pópulo, ni tan siquiera, a lo lejos, el perfil difuso de la sierra rebosante de pueblos blancos, sino si acaso las primeras cumbres de los Apalaches. Porque se encontraba en un Cádiz sin tilde ubicado en Ohio, en un alto del viaje inaugural de la línea ferroviaria entre Springfield y Washington. Y allí podía oler a cualquier cosa menos a mar.
Este episodio singular forma parte de la crónica de esa "otra Andalucía" integrada por los lugares del mundo que comparten nombre con los pueblos y ciudades de esta tierra. A estos enclaves se refirió el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, cuando propuso "empezar a tejer redes" con ellos y "establecer lazos que nos reúnan cuando sea factible en torno a la cooperación, al conocimiento, a la cultura, a los intercambios, al diálogo, a la forma de entender la vida, a los desafíos y los proyectos que puedan afrontarse juntos".
Moreno Bonilla hacía coincidir esta idea con la conmemoración de los 500 años del comienzo de la Primera Vuelta al Mundo, citando entre otros ejemplos curiosos el de esa localidad norteamericana que además de quedarse sin oír a Lincoln tuvo el privilegio de ver nacer en ella a Clark Gable, uno de los más célebres actores de la edad dorada del cine, a la sazón gaditano.
Si comparten solo el nombre, eso está por ver. Pero algo de la socarronería sureña se le debe de haber pegado a este pueblo de granjeros para ponerle a su cementerio el nombre de 'The Old Cadiz', El Viejo Cádiz. La suya es una del alrededor del centenar de localidades esparcidas por el planeta denominadas como alguna de las ocho capitales andaluzas.
Las hay por los cinco continentes. Y algunas de ellas se encuentran precisamente en el itinerario de aquella cincunnavegación pionera que hace cinco siglos abarcó por primera vez el planeta. Es el caso de la Sevilla de Bohol, en Filipinas, un enclave que hoy podría ilustrar la expresión "paraíso turístico" pero que, entonces, recibía al forastero con menos hospitalidad: a Magallanes lo acababan de matar en la isla de al lado, Cebú, y tras quemar la Concepción porque hacía agua de forma irrecuperable, Juan Sebastián Elcano se hizo con el mando de la nao Victoria.
Así que si en Sevilla empezó el mayor viaje de todos los tiempos, también puede decirse que, de algún modo, la expedición volvió a tener un renacer en esta Bohol que hoy luce tan significativamente también el nombre de la antigua Híspalis.
En poco se parecen la de Andalucía y la de Filipinas. Si acaso, en que se tarda más o menos una hora en llegar al mar. Las marcadas diferencias entre los tipismos de un lado y de otro hacen extremadamente exótico el que compartan denominación.
Pero por muy distintos que sean y por muy lejanas que queden la una de la otra tanto en el espacio como en el tiempo, siempre queda una huella. Y en este caso, se trata de una huella comestible: quien vaya a Bohol de vacaciones, que no se olvide de pedir adobo. Así, en español.
Por supuesto, nada tiene que ver con la fritura de pescado que tal nivel de excelencia ha alcanzado en el sur de España, y más bien consiste en un preparado de carne ablandado con soja y vinagre. Pero no es un mal comienzo para recuperar la relación.
Por Filipinas puede visitarse también el municipio de Jaén, en la isla de Luzón, y formando parte nada menos que de la provincia de Nueva Écija. Pero más prestancia y enjundia parece tener la Jaén peruana que fundara el capitán andaluz (y jiennense, por si cabía alguna duda) Diego Palomino hace 470 años en recuerdo de su tierra.
Eran tiempos de descubrimientos y hazañas, y en ese avanzar entusiasta pero también nostálgico fueron abundantes los pueblos creados a la sombra de la nomenclatura española en general y andaluza en particular: es el caso de Nueva Jerez de la Frontera, fundada en 1535 justamente en esa misma zona.
Hoy, la Jaén peruana, con más de 90.000 habitantes, y su matriz andaluza se hallan en un proceso de acercamiento. Es un ejemplo de ese interés por el reencuentro que, bajo la excusa de compartir nombre y un vínculo más o menos fuerte en el origen, puede propiciar interesantes intercambios culturales, económicos, científicos y de toda índole.
Solo en el caso de Málaga, hay una en Noruega, otra en África, varias en Estados Unidos (Nuevo México, Ohio, Kentucky, Nueva Jersey...), un buen manojo en Hispanoamérica e incluso una más en Oceanía: en la provincia de Madang, perteneciente a Papúa Nueva Guinea. En esta última, las tiendas de recuerdos venden camisetas con el lema I Love Malaga, sin tilde. Quién iba a decir que en nuestras Antípodas iban a encontrarse con este interesante prêt à porter.
Donde no falta el acento gráfico es en la segunda ciudad más importante de Argentina, Córdoba, fundada por un sevillano hace cerca de 450 años y que con el tiempo fue adquiriendo vida y relevancia, gracias, sobre todo, a su vocación cultural y universitaria. No pasa por ella el Guadalquivir, que cae un poco alejado: no el de España, que también, sino el de Bolivia, que baña (bañar es un decir, porque baja muy contaminado) la ciudad de Tarija.
Es el río Suquía el que atraviesa esta Córdoba pampera, llamada la Docta, que tiene cuatro veces más población que la califal que le da nombre: 1.330.000 habitantes. Y como todas las urbes históricas que miran hacia el futuro sin remilgos, su extenso casco ofrece una agradable mezcla de rutilantes edificios modernos y antiguas iglesias, un ambiente juvenil y dinámico que empapa los monumentos de su legado jesuita, un sano equilibrio entre la época colonial y el siglo XXI.
Y si en la Córdoba andaluza se alcanzan temperaturas de fusión llegado el mes de julio, en su tocaya argentina no se andan cortos con el termómetro, solo que allí, por esos caprichos de los hemisferios, los picos de calor son en diciembre: más de 42 grados se han llegado a medir.
"Estoy demasiado lleno para hablar", son las únicas palabras suyas que han quedado inscritas con letras de oro en la memoria del lugar. Desde la ventana de aquel establecimiento, el presidente de los Estados Unidos no pudo ver mientras comía la luz de La Caleta ni las callejuelas del Pópulo, ni tan siquiera, a lo lejos, el perfil difuso de la sierra rebosante de pueblos blancos, sino si acaso las primeras cumbres de los Apalaches. Porque se encontraba en un Cádiz sin tilde ubicado en Ohio, en un alto del viaje inaugural de la línea ferroviaria entre Springfield y Washington. Y allí podía oler a cualquier cosa menos a mar.
Este episodio singular forma parte de la crónica de esa "otra Andalucía" integrada por los lugares del mundo que comparten nombre con los pueblos y ciudades de esta tierra. A estos enclaves se refirió el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, cuando propuso "empezar a tejer redes" con ellos y "establecer lazos que nos reúnan cuando sea factible en torno a la cooperación, al conocimiento, a la cultura, a los intercambios, al diálogo, a la forma de entender la vida, a los desafíos y los proyectos que puedan afrontarse juntos".
Moreno Bonilla hacía coincidir esta idea con la conmemoración de los 500 años del comienzo de la Primera Vuelta al Mundo, citando entre otros ejemplos curiosos el de esa localidad norteamericana que además de quedarse sin oír a Lincoln tuvo el privilegio de ver nacer en ella a Clark Gable, uno de los más célebres actores de la edad dorada del cine, a la sazón gaditano.
Si comparten solo el nombre, eso está por ver. Pero algo de la socarronería sureña se le debe de haber pegado a este pueblo de granjeros para ponerle a su cementerio el nombre de 'The Old Cadiz', El Viejo Cádiz. La suya es una del alrededor del centenar de localidades esparcidas por el planeta denominadas como alguna de las ocho capitales andaluzas.
Las hay por los cinco continentes. Y algunas de ellas se encuentran precisamente en el itinerario de aquella cincunnavegación pionera que hace cinco siglos abarcó por primera vez el planeta. Es el caso de la Sevilla de Bohol, en Filipinas, un enclave que hoy podría ilustrar la expresión "paraíso turístico" pero que, entonces, recibía al forastero con menos hospitalidad: a Magallanes lo acababan de matar en la isla de al lado, Cebú, y tras quemar la Concepción porque hacía agua de forma irrecuperable, Juan Sebastián Elcano se hizo con el mando de la nao Victoria.
Así que si en Sevilla empezó el mayor viaje de todos los tiempos, también puede decirse que, de algún modo, la expedición volvió a tener un renacer en esta Bohol que hoy luce tan significativamente también el nombre de la antigua Híspalis.
En poco se parecen la de Andalucía y la de Filipinas. Si acaso, en que se tarda más o menos una hora en llegar al mar. Las marcadas diferencias entre los tipismos de un lado y de otro hacen extremadamente exótico el que compartan denominación.
Pero por muy distintos que sean y por muy lejanas que queden la una de la otra tanto en el espacio como en el tiempo, siempre queda una huella. Y en este caso, se trata de una huella comestible: quien vaya a Bohol de vacaciones, que no se olvide de pedir adobo. Así, en español.
Por supuesto, nada tiene que ver con la fritura de pescado que tal nivel de excelencia ha alcanzado en el sur de España, y más bien consiste en un preparado de carne ablandado con soja y vinagre. Pero no es un mal comienzo para recuperar la relación.
Por Filipinas puede visitarse también el municipio de Jaén, en la isla de Luzón, y formando parte nada menos que de la provincia de Nueva Écija. Pero más prestancia y enjundia parece tener la Jaén peruana que fundara el capitán andaluz (y jiennense, por si cabía alguna duda) Diego Palomino hace 470 años en recuerdo de su tierra.
Eran tiempos de descubrimientos y hazañas, y en ese avanzar entusiasta pero también nostálgico fueron abundantes los pueblos creados a la sombra de la nomenclatura española en general y andaluza en particular: es el caso de Nueva Jerez de la Frontera, fundada en 1535 justamente en esa misma zona.
Hoy, la Jaén peruana, con más de 90.000 habitantes, y su matriz andaluza se hallan en un proceso de acercamiento. Es un ejemplo de ese interés por el reencuentro que, bajo la excusa de compartir nombre y un vínculo más o menos fuerte en el origen, puede propiciar interesantes intercambios culturales, económicos, científicos y de toda índole.
Solo en el caso de Málaga, hay una en Noruega, otra en África, varias en Estados Unidos (Nuevo México, Ohio, Kentucky, Nueva Jersey...), un buen manojo en Hispanoamérica e incluso una más en Oceanía: en la provincia de Madang, perteneciente a Papúa Nueva Guinea. En esta última, las tiendas de recuerdos venden camisetas con el lema I Love Malaga, sin tilde. Quién iba a decir que en nuestras Antípodas iban a encontrarse con este interesante prêt à porter.
Donde no falta el acento gráfico es en la segunda ciudad más importante de Argentina, Córdoba, fundada por un sevillano hace cerca de 450 años y que con el tiempo fue adquiriendo vida y relevancia, gracias, sobre todo, a su vocación cultural y universitaria. No pasa por ella el Guadalquivir, que cae un poco alejado: no el de España, que también, sino el de Bolivia, que baña (bañar es un decir, porque baja muy contaminado) la ciudad de Tarija.
Es el río Suquía el que atraviesa esta Córdoba pampera, llamada la Docta, que tiene cuatro veces más población que la califal que le da nombre: 1.330.000 habitantes. Y como todas las urbes históricas que miran hacia el futuro sin remilgos, su extenso casco ofrece una agradable mezcla de rutilantes edificios modernos y antiguas iglesias, un ambiente juvenil y dinámico que empapa los monumentos de su legado jesuita, un sano equilibrio entre la época colonial y el siglo XXI.
Y si en la Córdoba andaluza se alcanzan temperaturas de fusión llegado el mes de julio, en su tocaya argentina no se andan cortos con el termómetro, solo que allí, por esos caprichos de los hemisferios, los picos de calor son en diciembre: más de 42 grados se han llegado a medir.
REDACCIÓN / ANDALUCÍA DIGITAL
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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