No hace falta recurrir a una cita de Albert Einstein para llegar a la conclusión de que la estupidez humana no tiene límites. El ICE Pact es una nueva muestra de que no aprendemos. Un absurdo digno de la sátira más ácida. En 1964 se estrenó en Estados Unidos la película Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, dirigida por Stanley Kubrick. El filme llegó a España con el título Teléfono rojo: volamos hacia Moscú.
La película se constituyó como una sátira política escalofriante para la época e incluso para hoy. Un general estadounidense decide manipular el sistema para provocar la guerra nuclear contra la Unión Soviética. El Gobierno de Estados Unidos, estúpido y pusilánime, pero todavía con algo de humanidad, colabora con los soviéticos para parar la guerra. Sin embargo, hay un problema: los del otro lado, fatigados por la carrera armamentística, han creado el “arma definitiva”. Cualquier ataque, por mínimo que sea, supondrá el fin de la Humanidad, y no pueden pararlo ni ellos.
Uno de los momentos clave de la película ocurre cuando, viéndose incapaces de parar la guerra nuclear, los militares hacen planes para esconder a las élites estadounidenses bajo tierra. Mientras desarrollan estos planes, empiezan a plantear el mundo postapocalíptico que se encontrarán cuando acaben los efectos de la radiación y cómo deben adelantarse a los rusos en el control de las materias primas.
Un filme inquietante, desde luego. Sin embargo, dentro de las lógicas de la sátira y el esperpento, es demasiado realista como para ignorar el argumento. En una dimensión diferente, el ICE Pact rememora este absurdo. En el pasado mes de julio, Estados Unidos, Canadá y Finlandia llegaron a un pacto para construir barcos ‘rompehielos’ en lo que ha sido denominado Icebreaker Collaboration Effort, el ICE pact. Un acuerdo que no pasaría de un mero arreglo militar si no fuera por su inquietante transfondo.
El cambio climático es un hecho innegable para cualquier persona seria —otra cuestión es si es la causa de todos los desastres naturales, como a veces se plantea—. Los casquetes polares se están derritiendo y el Ártico se está convirtiendo en un tablero de juego entre Rusia y las potencias de la OTAN.
En concreto, pretenden adquirir territorios y recursos naturales que no han sido explotados hasta ahora. Dicho de otra manera: en vez de colaborar en evitar el desastre que supondrá para la Humanidad el cambio climático, las élites empiezan a competir por los recursos y espacios que pueden aprovechar.
Puede que el ICE Pact sea necesario en un mundo de creciente competitividad. Sin embargo, también resulta innegable que hay que llevar acciones serias contra el cambio climático en una escala global, y que ese acuerdo realista y vinculante está lejos de llegar. Una realidad digna de la sátira más apocalíptica.
Haereticus dixit
La película se constituyó como una sátira política escalofriante para la época e incluso para hoy. Un general estadounidense decide manipular el sistema para provocar la guerra nuclear contra la Unión Soviética. El Gobierno de Estados Unidos, estúpido y pusilánime, pero todavía con algo de humanidad, colabora con los soviéticos para parar la guerra. Sin embargo, hay un problema: los del otro lado, fatigados por la carrera armamentística, han creado el “arma definitiva”. Cualquier ataque, por mínimo que sea, supondrá el fin de la Humanidad, y no pueden pararlo ni ellos.
Uno de los momentos clave de la película ocurre cuando, viéndose incapaces de parar la guerra nuclear, los militares hacen planes para esconder a las élites estadounidenses bajo tierra. Mientras desarrollan estos planes, empiezan a plantear el mundo postapocalíptico que se encontrarán cuando acaben los efectos de la radiación y cómo deben adelantarse a los rusos en el control de las materias primas.
Un filme inquietante, desde luego. Sin embargo, dentro de las lógicas de la sátira y el esperpento, es demasiado realista como para ignorar el argumento. En una dimensión diferente, el ICE Pact rememora este absurdo. En el pasado mes de julio, Estados Unidos, Canadá y Finlandia llegaron a un pacto para construir barcos ‘rompehielos’ en lo que ha sido denominado Icebreaker Collaboration Effort, el ICE pact. Un acuerdo que no pasaría de un mero arreglo militar si no fuera por su inquietante transfondo.
El cambio climático es un hecho innegable para cualquier persona seria —otra cuestión es si es la causa de todos los desastres naturales, como a veces se plantea—. Los casquetes polares se están derritiendo y el Ártico se está convirtiendo en un tablero de juego entre Rusia y las potencias de la OTAN.
En concreto, pretenden adquirir territorios y recursos naturales que no han sido explotados hasta ahora. Dicho de otra manera: en vez de colaborar en evitar el desastre que supondrá para la Humanidad el cambio climático, las élites empiezan a competir por los recursos y espacios que pueden aprovechar.
Puede que el ICE Pact sea necesario en un mundo de creciente competitividad. Sin embargo, también resulta innegable que hay que llevar acciones serias contra el cambio climático en una escala global, y que ese acuerdo realista y vinculante está lejos de llegar. Una realidad digna de la sátira más apocalíptica.
Haereticus dixit
RAFAEL SOTO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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