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Daniel Guerrero | Una soberana barbaridad

Disfrutó de tantos privilegios que acabó creyéndose intocable. Y lo era, pero ya no engaña a nadie. Cuando ejercía de “jefe supremo” se comentaba en voz baja que, de vez en cuando, cometía deslices inapropiados, pero cuando fue cazado en Botswana en uno de esos deslices inapropiados para una institución suprema como la suya, la cosa ya no se pudo ocultar más.


Como soberano cometía barbaridades sin freno, por lo que tuvo que abdicar para proteger, no a su persona –puesto que era intocable– sino la credibilidad y continuidad de la institución que encarna y carga sobre su cabeza. Pero lo último desempolvado acerca de sus correrías indecorosas de hace tres décadas avergüenza hasta a sus propios aduladores y protectores. Son de una soberana barbaridad. Y nunca mejor empleados estos términos. Literal y figuradamente.

Porque ya no es que se sospeche que el supuesto campechano era irrefrenablemente mujeriego y saltimbanqui, sino que se confirma documentalmente que era de bragueta fácil, comisionista sin escrúpulos, delincuente fiscal y malversador de fondos públicos.

Pero sigue siendo intocable, aunque se ha retirado, en un exilio voluntario, a un país amigo de desiertos remotos, donde lo visitan periódicamente amigos, alguna hija sentimental y algún nieto aspirante a la buena vida. Pero no está lejos de su país, sino de su hijo varón y sucesor en el trono, a fin de evitar mancharlo con las salpicaduras de su cochambre impúdica, tan impropia de su condición como jefe supremo o, mejor dicho, de exjefe supremo, es decir, jefe emérito, con asignación económica, personal adscrito, escoltas de seguridad y demás gastos a cargo de los Presupuestos del Estado. Se lo cree merecido todo por ejercer un cargo vitalicio de suprema relevancia y, salvo en una ocasión, no recuerda haber hecho nada de lo que deba disculparse. Lo dicho: se cree intocable.

BODEGAS ROBLES - VINOS COMPROMETIDOS CON SU TIERRA

Pero, para representar a una institución que se reinstauró por capricho de un dictador, que no fue elegida democráticamente por los ciudadanos y que se renueva por linaje hereditario como en tiempos medievales, poco ha hecho el intocable por dignificar su propia razón de ser y garantizar la aceptación y continuidad de su estirpe con la ejemplaridad de su conducta y dedicación como símbolo supremo de nuestro sistema político.

Era lo único que tenía que hacer a cambio de vivir como un rey sin dar golpe. Pero no. Estaba convencido de que era intocable, que lo es, pero se excedió, acumulando riquezas de procedencia inconfesable y dando vía libre a sus picores de entrepierna, por decirlo coloquialmente, a causa de una pulsión incontenible que lo entronca con el derecho de pernada de algunos de sus antepasados en el puesto.

Y es que, además de intocable, se creía el más guapo y listo del mundo, dejando un reguero de historias de vodevil que, si no fuera porque las pagamos a tocateja entre todos, a nadie le importaría un bledo. Allá él con su moral y su reputación. Total, no eran más que bribonadas de un rijoso ambicioso, como muchos de los que abundan entre los recios machos con posibilidades y privilegios, tan católicos y patriotas ellos de cara a la galería.

Pero una de sus “amigas” lo ha cazado. Lo cazó hace más de 30 años, cuando se entregaban al fornicio feliz y despreocupado, amparados por la opacidad de su estatus supremo y la protección de los servicios más secretos del Estado. Y lo que solo eran sospechas que se callaban, ahora se acaban de confirmar documentalmente para sonrojo de súbditos y alcahuetes.

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Grabaciones de audio y de vídeo que muestran las debilidades humanas de quien debía representar con su persona al país como símbolo supremo del Estado. Pero lo conocido repugna y da asco. El mismo que provocaría ver usar la bandera nacional, otro símbolo del Estado, de papel higiénico.

Pero, entiéndase bien, el asco no es por las calenturas del intocable ni porque se constate ahora que se bajaba los calzoncillos para refocilarse en alcobas ajenas y se le fuera la lengua entre las sábanas, cual bocazas encoñado, sobre nuestros representantes políticos y otros asuntos todavía turbios de aquella Transición que tanto nos vendieron como modélica.

Lo es porque sus sinvergonzonerías eran silenciadas generosamente con pagos millonarios a cargo de las arcas del Estado y perfectamente toleradas y protegidas por el Gobierno, militares, empresarios, medios de comunicación y demás instituciones compinches de sus deslices impropios e inaceptables, sin que ningún juez, de esos que gustan instruir prospectivamente hasta hallar algún indicio delictivo, haya osado mirar a palacio. Era y continúa siendo intocable.

Y eso es lo verdaderamente repugnante y preocupante de lo que ya es notorio y se publica sin cautelas regias. Esa total impunidad del intocable para cometer sus fechorías, que no consistían sólo en “regalar” dinero a cambio del silencio de sus víctimas, sino sus elusiones fiscales; su evasión de capitales; sus fundaciones opacas; sus cuentas bancarias en paraísos fiscales; sus delitos por malversación de caudales públicos y, para colmo, su inviolabilidad con la que obligaba al Estado a hacerse cargo de las gratificaciones entregadas a sus despechadas "amigas" por los servicios carnales prestados. Todo un truhán y un señor, como cantaba aquel.

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Un tinglado de complicidades en las más altas instancias del Estado para, supuestamente, defender el andamiaje político que se construyó en la Transición sobre la institución que el intocable representa. Y que no dudó en valerse de los servicios de inteligencia para “limpiar” las sucias huellas de sus deslices inapropiados, como cuando sometieron a acoso a la empresaria alemana, con la que cruzó continentes en secreto y se dejó fotografiar en actos oficiales sin rubor alguno mientras vivieron un romance, por negarse a devolver los 100 millones de dólares que el intocable le había regalado en forma de “donación irrevocabñle” y que después reclamaba.

Un dinero, por cierto, obtenido de un país árabe rico en petróleo por la adjudicación de las obras del tren de alta velocidad. Y un romance que acabó en pleito y puso al descubierto la catadura de unos personajes que vivían, entre achuchones, un mundo de adulterios, codicia, corrupción, espionaje y cacería de elefantes.

O cuando aquella otra, conocida por su afición a deslumbrar como vedette, que después de una relación de más de 15 años, recibió 25 millones de pesetas por no hacer público el material que grabó, la muy cuca, de sus encuentros. Y que no contenta con ello, logró un acuerdo por el que, además obtendría otros 600 millones de pesetas (3,6 millones de euros), divididos en un primer desembolso de 100 millones y el resto en pagos anuales de 50 millones, durante diez años, por destruir esas grabaciones. ¿Qué contenían de tanto valor?

Indudablemente, su valor radica no sólo en las acrobacias amatorias de sus protagonistas, sino en las insinuaciones y confidencias que se hacían entre ellos, referidos, entre otros asuntos, a lo que sabía el intocable sobre el frustrado golpe de Estado antes de que produjera.

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Comentarios bajo las sábanas acerca del general Alfonso Armada, preceptor militar y secretario de su Casa durante 12 años, quien, por su implicación en la intentona golpista, “ha pasado siete años en la cárcel, cariño, se ha ido a su pazo de Galicia y el tío jamás ha dicho una palabra. ¡Jamás! En cambio, este otro está largando…”.

El otro al que se refiere el intocable es Sabino Fernández Campo, también jefe de su Casa hasta que prescindió de él y que, según el libro de memorias de José Bono, dijo que el intocable no esperaba tiros cuando escuchó los disparos en el Congreso el día del golpe. ¿Esperaba algo el intocable?

Demasiada impunidad y demasiadas zonas oscuras en el desempeño de las supremas funciones del intocable que deberían ser esclarecidas y corregidas por el bien de nuestra convivencia en democracia y para no tener que transigir con similares barbaridades soberanas en el futuro. De lo contrario, sería preferible modificar el sistema por otro en que el jefe supremo no sea intocable y fuera elegido cada cierto tiempo por los ciudadanos, sin más historias. Digo yo.

DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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