Una vez que acabo de ver la película Marco, con la magistral interpretación de Eduard Fernández en el personaje que protagonizaba una trama basada en hechos reales, me vino a la mente el desdoble de algunos individuos cuya imagen pública para nada se corresponde con la propia persona y su mundo privado.
Brevemente, quisiera apuntar que el relato de la película, que en estos momentos se proyecta en cines de nuestro país, se basa en la doble identidad de Enric Marco, un catalán que fue enviado por Franco con un grupo de trabajadores a la Alemania nazi con el objetivo de trabajar en fábricas de armamento.
Pasados los años, y ya encontrándonos en Democracia, se hizo pasar por uno de los españoles que estuvieron y sufrieron los campos de concentración nazis. Tanto fabuló que alcanzó a ser presidente de la asociación catalana Amical de Mauthausen, hasta que, a partir de las investigaciones de un historiador, se llegó a descubrir que Marco era un farsante.
Finalizada la película, me vino a la mente el caso Errejón, que tanto nos sorprendió, ya que siendo un buen orador se manifestaba de manera inquebrantable a favor del feminismo y los derechos de las mujeres. Sin embargo, sus actuaciones en el ámbito privado, es decir, no conocidas por la gente, conllevó a que se le viera como a un político con doble personalidad: lo que manifestaba públicamente no se correspondía con las conductas que mantenía en el campo privado con algunas mujeres.
Cierto que todos tenemos una vida privada y otra pública, y lo que se espera de nosotros es que entre ambas haya coherencia de comportamientos entre la persona y el personaje que somos, es decir, que aquello que forma parte de la privacidad tenga continuidad con nuestras actuaciones conocidas.
He manifestado que la palabra "personaje" puede entenderse como la imagen pública que se tiene de cualquier persona; no obstante, hay otras acepciones que debemos considerar. Una de ellas viene referida a quienes forman parte de relatos ficticios, sea, por ejemplo, en la novela o en el cine; pero en el mundo de la ficción es casi lógico que se muestren contradicciones en los personajes, especialmente, en los que representan a los “malos”.
De todos modos, la expresión más habitual es aquella que se usa para aludir a quienes han alcanzado cierta fama o gran notoriedad social. Es lo que estudia el psiquiatra Carlos Castilla del Pino en el capítulo titulado “Teoría del personaje” dentro de su obra Conductas y actitudes.
Para que podamos profundizar un poco en el título de este escrito, me parece oportuno apoyarme en lo que este eminente psiquiatra nos indica, por lo que he seleccionado algunos breves párrafos de ese capítulo. Veamos, pues, uno de ellos:
"Hay hombres notorios que por sus conductas, por el contexto en el que actúan o por la tolerancia que los demás –en una suerte de enigma– adoptan para con ellos, perfilan su identidad hasta el extremo de elevarse del más o menos ambiguo nivel en que se sitúa la identidad de los demás y adquieren la categoría de personaje. No son personas como los demás: son personajes”.
El personaje, pues, se eleva socialmente por encima de los otros, de la gente normal y corriente, por tener ciertas cualidades que en ocasiones se les llaman carisma; aunque como persona puede tener iguales virtudes o defectos que cualquiera, dado que todos los seres humanos portamos sentimientos y emociones similares.
Otras de las expresiones de Castilla del Pino acerca de la figura del personaje son:
Es cierto que quienes viven su identidad pública como personajes necesitan constantemente mostrarse como tales, por lo que no soportan ninguna alusión negativa, ningún cuestionamiento, ninguna duda de su estatus, por lo que se irritan e incluso rompen relaciones si se pone en duda algo de ese carisma que creen que tienen o que tanto les ha costado construir.
Pero aparecer de modo habitual bajo el rol de personaje, alejándose de la realidad como persona, supone un esfuerzo permanente, pues una vez que se ha configurado lo que denominamos como "personalidad" o "carácter" resulta muy difícil modificar. Por otro lado, toda persona tiene sus propios conflictos y debilidades: no es posible vivir bajo un paraguas carismático que aleje de las dificultades cotidianas que todos, de un modo y otro, tenemos que afrontar en la existencia real.
“Quien logra al fin un perfil nítido y aparece dotado del carisma de personaje debe contar con la imposibilidad de mantenerlo como rasgo definitorio a lo largo de toda la vida y, en consecuencia, con el hecho de que antes de morir como persona, haya desaparecido el personaje”, nos dice Castilla del Pino, a modo de símil de aquellos héroes romanos que, en sus recorridos triunfales, se encontraban acompañados por alguien que les recordaba que eran personas y que, por tanto, también tenían que morir.
Quisiera cerrar este breve recorrido sobre la persona y el personaje, indicando que el aludido Enric Marco falleció a los 100 años, manteniendo obstinadamente que él tenía razón. Y para que comprendamos algo de ese personaje autoconstruido conviene apuntar que había nacido en el psiquiátrico de Sant Boi (Barcelona) y que siendo un bebé se le había sido arrebatado a su madre, por lo que vivió su infancia en soledad, ya que tuvo muy poco contacto con su propio padre.
Este caso comentado es un claro ejemplo de disociación entre la persona real y el personaje creado, por lo que en ocasiones se hace necesario indagar en hechos del pasado, especialmente en la infancia, para entender el desdoblamiento de la personalidad.
Brevemente, quisiera apuntar que el relato de la película, que en estos momentos se proyecta en cines de nuestro país, se basa en la doble identidad de Enric Marco, un catalán que fue enviado por Franco con un grupo de trabajadores a la Alemania nazi con el objetivo de trabajar en fábricas de armamento.
Pasados los años, y ya encontrándonos en Democracia, se hizo pasar por uno de los españoles que estuvieron y sufrieron los campos de concentración nazis. Tanto fabuló que alcanzó a ser presidente de la asociación catalana Amical de Mauthausen, hasta que, a partir de las investigaciones de un historiador, se llegó a descubrir que Marco era un farsante.
Finalizada la película, me vino a la mente el caso Errejón, que tanto nos sorprendió, ya que siendo un buen orador se manifestaba de manera inquebrantable a favor del feminismo y los derechos de las mujeres. Sin embargo, sus actuaciones en el ámbito privado, es decir, no conocidas por la gente, conllevó a que se le viera como a un político con doble personalidad: lo que manifestaba públicamente no se correspondía con las conductas que mantenía en el campo privado con algunas mujeres.
Cierto que todos tenemos una vida privada y otra pública, y lo que se espera de nosotros es que entre ambas haya coherencia de comportamientos entre la persona y el personaje que somos, es decir, que aquello que forma parte de la privacidad tenga continuidad con nuestras actuaciones conocidas.
He manifestado que la palabra "personaje" puede entenderse como la imagen pública que se tiene de cualquier persona; no obstante, hay otras acepciones que debemos considerar. Una de ellas viene referida a quienes forman parte de relatos ficticios, sea, por ejemplo, en la novela o en el cine; pero en el mundo de la ficción es casi lógico que se muestren contradicciones en los personajes, especialmente, en los que representan a los “malos”.
De todos modos, la expresión más habitual es aquella que se usa para aludir a quienes han alcanzado cierta fama o gran notoriedad social. Es lo que estudia el psiquiatra Carlos Castilla del Pino en el capítulo titulado “Teoría del personaje” dentro de su obra Conductas y actitudes.
Para que podamos profundizar un poco en el título de este escrito, me parece oportuno apoyarme en lo que este eminente psiquiatra nos indica, por lo que he seleccionado algunos breves párrafos de ese capítulo. Veamos, pues, uno de ellos:
"Hay hombres notorios que por sus conductas, por el contexto en el que actúan o por la tolerancia que los demás –en una suerte de enigma– adoptan para con ellos, perfilan su identidad hasta el extremo de elevarse del más o menos ambiguo nivel en que se sitúa la identidad de los demás y adquieren la categoría de personaje. No son personas como los demás: son personajes”.
El personaje, pues, se eleva socialmente por encima de los otros, de la gente normal y corriente, por tener ciertas cualidades que en ocasiones se les llaman carisma; aunque como persona puede tener iguales virtudes o defectos que cualquiera, dado que todos los seres humanos portamos sentimientos y emociones similares.
Otras de las expresiones de Castilla del Pino acerca de la figura del personaje son:
- “El personaje existe entre nosotros, en nuestro grupo”.
- “El personaje busca un escenario en donde llevar a cabo su representación”.
- “El personaje necesita aparecer revestido de lo que se ha denominado carisma”.
- “(Algunos) necesitan del personaje y precisan convencerse a sí mismos de que lo es, negando en él todo cuanto disuene de su perfil”.
Es cierto que quienes viven su identidad pública como personajes necesitan constantemente mostrarse como tales, por lo que no soportan ninguna alusión negativa, ningún cuestionamiento, ninguna duda de su estatus, por lo que se irritan e incluso rompen relaciones si se pone en duda algo de ese carisma que creen que tienen o que tanto les ha costado construir.
Pero aparecer de modo habitual bajo el rol de personaje, alejándose de la realidad como persona, supone un esfuerzo permanente, pues una vez que se ha configurado lo que denominamos como "personalidad" o "carácter" resulta muy difícil modificar. Por otro lado, toda persona tiene sus propios conflictos y debilidades: no es posible vivir bajo un paraguas carismático que aleje de las dificultades cotidianas que todos, de un modo y otro, tenemos que afrontar en la existencia real.
“Quien logra al fin un perfil nítido y aparece dotado del carisma de personaje debe contar con la imposibilidad de mantenerlo como rasgo definitorio a lo largo de toda la vida y, en consecuencia, con el hecho de que antes de morir como persona, haya desaparecido el personaje”, nos dice Castilla del Pino, a modo de símil de aquellos héroes romanos que, en sus recorridos triunfales, se encontraban acompañados por alguien que les recordaba que eran personas y que, por tanto, también tenían que morir.
Quisiera cerrar este breve recorrido sobre la persona y el personaje, indicando que el aludido Enric Marco falleció a los 100 años, manteniendo obstinadamente que él tenía razón. Y para que comprendamos algo de ese personaje autoconstruido conviene apuntar que había nacido en el psiquiátrico de Sant Boi (Barcelona) y que siendo un bebé se le había sido arrebatado a su madre, por lo que vivió su infancia en soledad, ya que tuvo muy poco contacto con su propio padre.
Este caso comentado es un claro ejemplo de disociación entre la persona real y el personaje creado, por lo que en ocasiones se hace necesario indagar en hechos del pasado, especialmente en la infancia, para entender el desdoblamiento de la personalidad.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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