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Daniel Guerrero | Reales privilegios

Que la monarquía –ese régimen arcaico por el que un linaje familiar se convierte en la representación política de un país– disfruta de privilegios exclusivos que se niegan al resto de los ciudadanos es cosa sabida. Pero hasta dónde alcanzan esos privilegios, ya no es tan conocido por los súbditos de cualquier monarquía, aunque se disfrace de parlamentaria, como la española.


Y ha sido, desgraciadamente, durante la devastación producida por la DANA en Valencia cuando algunos de tales privilegios han salido a la luz, sin que los poderes públicos, los elegidos democráticamente para representarnos y gobernarnos, hayan podido hacer nada por impedirlo o, cuando menos, regularlos para que el interés general, y más en caso de catástrofe, prevalezca sobre el interés particular… de una marquesa, por ejemplo.

Porque, aunque cueste creerlo, ha sido una marquesa precisamente, una prima del rey Juan Carlos I –el emérito autoexiliado en un país árabe por sus fechorías morales, económicas y fiscales–, la que ha hecho valer sus reales privilegios frente a las actuaciones humanitarias por los damnificados de la DANA de una aldea cercana a su cortijo de caza.

Tan alto representante de la nobleza ha exigido, de manera burocrática, que los socorristas que pretendían acceder a una aldea aislada por la DANA no cruzasen por el único camino viable, el que atraviesa su coto de caza. Y lo ha prohibido mediante un escrito formal enviado a la Confederación Hidrográfica del Júcar y a la Consellería de Agricultura, Aguas, Ganadería y Pesca de la Generalitat valenciana, en el que se queja de que los vecinos, al no poder acceder a su aldea por el paso habitual de un puente, lo hicieran invadiendo un camino perteneciente a su propiedad.

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A la señora marquesa no le importaba que los aldeanos, afectados por la riada que destruyó parcialmente ese único puente, quedaran aislados en una zona de difícil acceso por la orografía montañosa del lugar. Ni que, en realidad, fueran unos cuantos vecinos de una pedanía de pocas decenas de casas los que se vieran obligados a atravesar por su coto privado para adquirir víveres y otros suministros con los que combatir los daños ocasionados por la catastrófica DANA.

Ni que los socorristas, tan aplaudidos en otras localidades de Valencia, no pudieran prestar su ayuda a esos escasos vecinos de Reatillo, una pedanía prácticamente deshabitada situada al noroeste del municipio valenciano de Siete Aguas, del que depende administrativamente, y cuyas tierras pertenecen casi en su totalidad al Marquesado de Villaverde. Como en los tiempos feudales.

Nada de eso importaba a la señora marquesa. Lo único que le importaba a tan noble dama era su coto privado de caza y el privilegio de hacer con él lo que quisiera a su real antojo. Esto es: cualquier cosa, menos permitir que un camino de su propiedad pudiera facilitar la comunicación con la aldea y servir de ayuda a esos pobres vecinos desgraciados.

Tal es la distancia moral que separa la nobleza –una clase que aun existe– del populacho, meros súbditos en cualquier monarquía. El caso es que ni la Guardia Civil podía doblegar la voluntad de la señora marquesa ni esgrimiendo causas de fuerza mayor. Porque la mayor causa para la marquesa era la defensa de sus privilegios indiscutibles e inquebrantables.

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Tal oprobio lo consiguen los que defienden, aunque lo desconozcan, una institución como la monarquía, que crea a su alrededor una casta social –la Nobleza– con la que mantiene una relación simbiótica de mutuo apoyo a cambio de privilegios, como el Marquesado de la señora marquesa y su intocable coto privado de caza.

Una casta de barones, condes, marqueses, duques, infantes, príncipes y reyes, junto a una aristocracia del poder económico, religioso y militar, siempre dispuesta a arrimarse al sol que más calienta, conforman un estrato social que se caracteriza por su amor a la patria, su patria, la que ellos identifican con sus pertenencias y privilegios.

Y cuyos herederos más tiernos, aunque carezcan de oficio o prestigio, ya son capaces de exhibir sin recato una adhesión fervorosa a esa élite. Y que, creyéndose invulnerables por los privilegios que disfrutan, incluso se atreven a mostrar públicamente, sin hipocresías, la tendencia ideológica que asumen, aquella que coincide, casualmente, con la que defiende su estatus social y protege sus privilegios.

Por eso no es de extrañar que una sobrina del rey de España publicara, en una story de instagram, una defensa de su tío, en la que descubre sus simpatías políticas: “El rey, que no tiene poder ejecutivo, se queda a dar la cara, y Pedro Sánchez, que sí lo tiene, huye. Así es cómo se resume todo. Un rey que sufre por su pueblo y un presidente que lo desprecia”.

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La ingenua sobrina piensa que así apoya al régimen monárquico que encarna su tío, sin caer en la cuenta –o siendo consciente de ello– que con su opinión está amplificando los bulos y la desinformación que sectores radicales de ultraderecha propagan, aprovechando la catástrofe valenciana y el descontento de la población afectada, para atacar al Gobierno.

Cree este cachorro de la nobleza, igual que la señora marquesa, que sus privilegios le permiten, no solo primar su interés particular sobre el general, sino expresar opiniones no completamente veraces y tendenciosas que causan división y odio en la sociedad.

Porque ni Pedro Sánchez huyó de la zona, sino que fue evacuado tras ser atacado con un palo y en un coche con los lunas traseras rotas. Ni desprecia a un pueblo sobre el que se vuelca en propiciar el reconocimiento de nuevos derechos y libertades, a fin de combatir cualquier tipo de desigualdad, sea económica, religiosa, sexual, racial, cultural o social.

Justo lo contrario de lo que contempla una monarquía, en la que una familia cree tener el derecho exclusivo y hereditario, sin que la elija el pueblo, de representar a un país. Y puestos a hablar de fugas, el único poderoso que ha huido de este país, en la actualidad, es el abuelo de la niña de noble cuna.

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Flaco favor le ha hecho a la monarquía esta joven al manifestar, con insinuaciones y datos subjetivos, que le parecía más digno la actitud del no elegido que la del elegido, sin apreciar todas las circunstancias. Cuando, por si fuera poco, la propia alcaldesa de la localidad repudió aquellas algaradas, achacándolas a infiltrados violentos con deseos de provocar enfrentamientos y altercados durante la visita de las autoridades.

Y es que, la pobre ingenua, a pesar de sus privilegios, no da para más, por lo que no merece la pena exigirle mejor y más fundado juicio. Pero sí, al menos, dada la exquisita educación que se le supone, podía esperarse que se condujera con más prudencia y respeto a la hora de opinar sobre el Gobierno de su país, máxime en momentos tan graves y dramáticos como los que se han vivido en Valencia por culpa de una DANA.

Entre otras cosas, porque para difundidores de bulos y patrañas ya tenemos a Iker Jiménez con sus discursos demagógicos y mensajes engañosos que nada ayudan a los afectados por las inundaciones en Valencia y otras zonas de España.

Difícil empeño, ya que estos miembros de la realeza o la nobleza, independientemente de su edad, gozan de tantos privilegios que se creen con derecho a hacer o decir lo que quieran, pues se consideran impunes e invulnerables frente al resto de los mortales súbditos.

DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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