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Rafael Soto | La ideología de Íñigo Errejón

En las dos últimas semanas hemos visto de todo. Por ofrecer algo diferente, vamos a hacer un somero análisis del pensamiento de Íñigo Errejón. Más allá del discurso o la práctica, Errejón publicó un libro bastante interesante, Con todo: de los años veloces al futuro, donde se construyó una autobiografía a su gusto y expuso de manera más o menos detallada los puntos clave de su ideología y su programa político.


La obligada honestidad que tengo para con mis lectores me fuerza a advertir de que la lectura que aquí se va a ofrecer está lejos de ser imparcial. Aunque Íñigo Errejón fue lo mejor que ofreció el 15-M en política, estoy lejos de compartir muchas de sus ideas. Desde esta advertencia, empezamos.

Como casi toda la extrema izquierda actual, Errejón es heredero de la hiperpolitización de los años sesenta y setenta. Como tan bien explicó Juan Carlos Rodríguez en De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, la izquierda dejó de lado la economía y lucha contra la explotación para centrarse en los derechos civiles y las identidades, dando un rol principal a la política en el sentido más amplio del término.

De ahí la incapacidad para realizar una propuesta económica integral, más allá de medidas aisladas como el Ingreso Mínimo Vital –que en España se ha aplicado de manera muy simplificada–, el aumento de impuestos a “los privilegiados”, los impuestos sobre los rendimientos del capital financiero, y otras medidas semejantes. Una izquierda que no se centra en la explotación y en sus mecanismos es una izquierda sin plomo. Y ese es el pecado que también comparte Íñigo Errejón.

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Este político y teórico estudió y teorizó sobre el concepto gramsciano de “hegemonía”. De hecho, su tesis doctoral se tituló La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS en Bolivia (2006-2009): un análisis discursivo. Asimismo, profundizó en esta cuestión en otras publicaciones en coautoría. En conclusión, defiende una rebeldía con mucho discurso y escasa solidez. Prueba de ello es su concepción de la política:

“La política es la actividad de construcción de un sentido y un orden determinados, a partir de elementos diversos, presentes en la vida social y que podrían recibir distintas explicaciones y ser encuadrados en distintos órdenes. […] total distribución de recursos y posiciones es siempre conflictiva, porque depende de una correlación de fuerzas para determinar qué intereses o qué grupos van primero y porque además sanciona un reparto que coloca a unos en posiciones de poder con respecto a otros. […] La democracia es en este sentido, en primer lugar, el reconocimiento de esta apertura infinita de la política y de esta contingencia de cualquier orden […]. Y en segundo lugar, es la tendencia a la igualación de condiciones culturales, jurídicas y sociales para poder intervenir en el proceso de toma de decisiones públicas”.

En toda esta exposición, Errejón no ofrece ni una sola referencia a las relaciones de producción, ni a ninguna cuestión económica –aunque sea cierto que puede quedar implícita, de manera muy genérica–. Su concepción hiperpolitizada de la realidad social lo lleva a sobredimensionar el rol del discurso –importante, sin duda– y dejar de lado el de las fuerzas económicas: “[…] sanciona un reparto que coloca a unos en posiciones de poder con respecto a otros”. ¿Quién propone el reparto? ¿Es solo el poder? Vemos aquí la debilidad de las bases, que lo lleva a hablar de privilegiados y no privilegiados, sin profundizar en las causas de la explotación.

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En su libro insiste en el concepto gramsciano de hegemonía en su “excurso” Hegemonía y Pueblo. Se reconoce como heredero del posmarxismo y afirma que el término se pone de moda: “[…] en las situaciones de crisis orgánica en la que no pueden darse por sentados ni el sentido del demos ni su propia composición, y no aparece por ningún lado un proyecto que ofrezca un horizonte aglutinador y superador del momento de descomposición coma una nueva voluntad general”. Sin embargo, obsérvese de nuevo la tendencia a la hiperpolitización:

“Hay dos lecciones que extraer de este pasaje sobre la hegemonía. La primera es que es una relación que transforma a los propios actores implicados. Un grupo es hegemónico cuando deja de pensar en términos «económico-corporativos» y es capaz de presentar sus propuestas o ideas no como reivindicación de parte –el «qué hay de lo mío»–, sino en una dimensión «ético-política», haciéndose cargo del todo social para el que se propone una nueva ordenación. La segunda es que las victorias políticas están siempre precedidas de victorias culturales”.

Sin lugar a duda, la política y las cuestiones culturales son fundamentales en la construcción de la realidad social. No criticamos el concepto de Gramsci, que compartimos en gran medida. Sin embargo, Errejón deja un papel secundario a la realidad económica, los términos “económico-corporativos”.

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El autor se centra tanto en la política y tiene una visión tan superficial del impacto económico en la realidad social –sea a directa o a través del inconsciente colectivo y, en especial, ideológico–, que no es capaz de ofrecer nada más allá de la mera acción política. Y, por ende, nadie que comparta una visión radical –en el sentido de “ir a la raíz”– de la izquierda puede aceptar este punto de vista.

Si bien, conviene señalar que está en sintonía con otros pensadores posmarxistas y, de hecho, el economista Thomas Piketty ya planteó en su libro Capital e ideología que la desigualdad no es económica o tecnológica, sino ideológica y política. Sin embargo, consideramos esta hipótesis errónea, pues busca desplazar la economía como motor principal del cambio social. Aunque podemos rechazar el determinismo económico, no debemos darle un papel secundario.

Pasamos brevemente a la cuestión del “patriotismo” y la “plurinacionalidad”. Errejón defendió un "patriotismo de izquierdas" basado en un concepto de nación como comunidad, lo que implica aceptar otros nacionalismos similares. Este enfoque ha sido rechazado por la izquierda clásica y, aunque tiene eco en América Latina y en los nacionalismos ibéricos.

Como señaló Juan Soto Ivars en La casa del ahorcado: “Hoy buena parte de la izquierda habla el mismo idioma que la ultraderecha, el de la identidad. […] participan pornográficamente de las políticas de la identidad sin darse cuenta de que el nacionalismo siempre ha vencido en esta batalla, y volverá a vencer esta vez”.

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La explotación es universal y la economía no entiende de fronteras, por lo que el nacionalismo de izquierdas resulta contradictorio. Los nacionalismos siempre son excluyentes y reaccionarios, y su justificación, aunque compartida por sectores de la pseudoizquierda, sigue siendo una ilusión.

Mucho más importante fue en la práctica el concepto de “transversalidad”. Es el concepto que lo separó de Pablo Iglesias y que da sustento al actual Sumar. Derivado de su concepción de la hegemonía, entiende la necesidad de crear una fuerza “anti-hegemónica”. Así, Errejón defiende:

“Una fuerza política o una idea es transversal en la medida en que atraviesa las divisiones hasta entonces vigentes y generar simpatías o pone en contacto a personas y grupos de procedencias muy diversas. Si esas cuestiones o fuerzas que cruzan las líneas partidistas anteriores tienen la suficiente potencia, pueden reordenar en torno a sí el escenario político, lo que en su momento llamamos patear el tablero, produciendo cambios en los alineamientos y dibujando posibles nuevas mayorías”.

Es cierto que una mayoría social en España estaba de acuerdo, en 2016, con la necesidad de unir a todos los partidos de izquierda o pseudoizquierda frente al Gobierno del Partido Popular. Es su mayor aportación y, por eso, ha tenido un éxito relativo en oposición a la insistencia de Pablo Iglesias y sus acólitos de convertir a Podemos en una Izquierda Unida 2.0.

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El quinto “excurso” lo dedica a la necesidad de proteger el medio ambiente. Quizá porque no sea suya, el Green New Deal: “[…] necesita dotar de razones para la lealtad a los socios de la economía privada que podrían estar tentados de buscar rentabilidades más rápidas y sencillas. Necesita de la producción de sus propios cuadros políticos y de gestión pública y empresarial, que tengan una cultura compartida y un horizonte común coma más allá de la diferencia de énfasis e intereses”.

Por último, hace una loa a la libertad en oposición a la concepción neoliberal de la misma. Sin embargo, llama la atención que este individuo, forjado en el movimiento libertario, no dedicara un excurso a la igualdad o a la justicia social. En cambio, toma un concepto cada vez más vacío y relativo, “la libertad”.

Más allá de sus acciones políticas o personales, Íñigo Errejón fue de lo mejor que dio el 15-M. Por desgracia, su discurso estuvo lleno de palabras vacías y, lo que es peor, una base de escasa solidez que justifica la realidad en la que se encuentran los que ahora se llaman “partidos de izquierda” pero que, en realidad, son incapaces –ni tienen interés– en formar ningún tipo de contrapoder. Una izquierda que no tiene su centro en la explotación está condenada a tener un escaso práctico.

En cualquier caso, como hemos señalado desde el principio, esta es una explicación crítica y parcial. Sin embargo, más allá del personaje político que tanto nos ha decepcionado por sus acciones, invito a leer y profundizar en el citado libro. No solo permitirá comprender mejor a las corrientes de pseudoizquierda que están surgiendo en los últimos años, sino que permitirá también un conocimiento más crítico sobre las ideas de una de las mentes del 15-M.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
FOTOGRAFÍA: CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

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