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Daniel Guerrero | El día después

El día después del champán, las uvas, el confeti y los abrazos no es un año nuevo, sino otro día más, semejante al anterior, pero con resaca. No sucede ningún milagro y nada cambia de forma relevante salvo los precios, que experimentan una subida reglada que se suma a las producidas durante todo el año anterior por uno u otro motivo, aunque ninguno tenga que ver con encarecimientos en la cadena productiva y sí con expectativas de negocio fruto de contingencias arbitrarias.


Ni siquiera la edad de nadie sufre alteración alguna que no se haya reflejado cada día en el continuo envejecimiento por oxidación de la materia, ni los buenos propósitos expresados por efecto de una euforia festivo-etílica tienen más consistencia que el humo dispersado por el aire.

De hecho, el día después es tan monótono, aunque paralice en parte la rutina laboral, que resulta aburrido y hay que darle un contenido que lo signifique, aunque resulte trivial. De ahí la etiqueta llena de brillo con que catalogamos al día después como de nuevo año, contabilizado, desde hace apenas dos mil años, a partir de un determinado punto de la órbita de un planeta que lleva más de cuatro mil millones de años girando alrededor del Sol.

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Si algo tan banal motiva tanta euforia no es por lo preciso y determinante de la medición, sino por la propensión psicológica de la especie humana a la superstición y las creencias de su fértil imaginación. Ningún otro animal modifica su conducta por un hecho tan subjetivo que no captan sus sentidos ni procede de su medio ambiente, sino de una elaboración simbólica de la mente humana.

Es verdad que la lógica mercantilista de las sociedades actuales ritualiza cualquier nimiedad susceptible de generar grandes beneficios económicos, como acostumbra con cualquier fecha tradicionalmente festiva del calendario. Incluso inventa nuevas fechas para generar mayores ganancias, como esos “viernes negros” de consumo desbocado. De ahí que el día después no pueda escapar de esa tendencia tan rentable. Celebrar la llegada del día después es tan inevitable, por la presión social del mercado, como vestir tal y como exige la moda de cada época, so pena de distinguirte como el hereje estrafalario del rebaño.

Aun así, el día después es tan insulso e irrelevante que todo sigue igual, con los mismos problemas que arrastramos de los precedentes e idénticas posibilidades de subvertir ninguna situación o circunstancia. Es más, incluso es harto probable que las cosas empeoren aun más y los ánimos de enmienda flaqueen nada más se apague la euforia de la jornada.

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Y es que el día después es solo eso: otro día que nada se diferencia del anterior ni nada lo destacará del próximo, a menos que lo importante sea que simplemente es un día más para el que sueña con vivir muchos otros. En tal caso, no hacen falta ni tantos petardos ni tantas comilonas.

Sería suficiente con tener a los seres queridos cerca no solo el día después, sino cualquier otro del año en que el Sol salga por el Este y se esconda por el Oeste. Justamente, de lo que el resto de animales se vale para organizar sus vidas. ¿O acaso usted es distinto al de ayer tras todas las felicitaciones que ha dado y recibido? Por si acaso, ahí tiene una más: ¡feliz día!

DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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