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Daniel Guerrero | Recordar para valorar la democracia

El Gobierno ha puesto en marcha un variado programa para conmemorar el 50.º aniversario de la muerte del dictador Francisco Franco y la consiguiente restauración de la democracia en nuestro país. A los partidos de la derecha no les agrada la iniciativa y la rechazan de plano, entre burlas e hipérboles, aduciendo que la democracia no nació el año que murió Franco.


Pero se les olvida precisar que, si bien la democracia no surgió en el año 1975 (muerte de Franco) sino en 1977 (Ley de Amnistía), ésta no hubiera sido posible sin el fallecimiento de aquel. Les cuesta admitir que no hubiera sido posible una democracia en España en vida del dictador, quien repudiaba la democracia y las libertades.

Negar, por tanto, esa relación condicionante solo puede responder al sectarismo y la manipulación de los que, aun hoy, se niegan a condenar de forma inequívoca aquel golpe de Estado y la dictadura para blanquearlo mediante la ignorancia o el olvido de esa parte impresentable de nuestra historia. Motivo de más para organizar cuantos actos sean necesarios para que los españoles nacidos en democracia conozcan la verdad de una página negra de nuestro pasado reciente, que no se podía contar ni se quiere enseñar en los colegios.

Y es necesario hacerlo porque la democracia no es un don que cae del cielo, sino una conquista que ha costado mucho conseguir. Millones de españoles dieron su vida, tuvieron que exiliarse, fueron encarcelados, torturados o perdieron sus bienes y profesiones por defender sus ideas y luchar para que nuestro país se dotase de un régimen de libertades democrático.

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Una democracia cuya permanencia no está garantizada, sino que, por el contrario, está amenazada constantemente por tendencias que la ponen en riesgo al cuestionar o desconfiar de su viabilidad para resolver los problemas de los ciudadanos y propiciar de algún modo la polarización política y el distanciamiento entre dirigentes y ciudadanos.

Es imprescindible, por tanto, recordar ese pasaje oscuro de nuestra historia para poner en valor la democracia que hoy disfrutamos y que es vilipendiada, precisamente, por aquellos sectores económicos, políticos y sociales que sienten nostalgia de aquel ignominioso pasado y hacen un constante revisionismo histórico de él.

Y por si fuera necesario un motivo más contundente, para exaltar la democracia al conmemorar, no el fin de una guerra ni de ninguna revolución, pero sí el día de la liberación de aquella dictadura franquista que España padeció durante cuarenta años, hasta que el dictador murió en su cama.

Es conveniente, pues, relacionar la muerte del dictador con el surgimiento inmediatamente posterior de una democracia que, afortunadamente, ha perdurado hasta nuestros días, pero a la que hay que defender para que no nos sea arrebatada.

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Un recordatorio y una defensa que son aun más convenientes, si cabe, en momentos como los actuales, en los que la desinformación, la manipulación y las mentiras tratan imponer relatos que no se ajustan al rigor histórico. De ahí que sea oportuno conocer el pasado para no repetir los errores cometidos.

Máxime cuando los más atroces totalitarismos del siglo XX nacieron de sufragios aparentemente democráticos y en contextos, como sucede hoy, de crisis económica, polarización social, cuestionamiento de la democracia que lleva a los ciudadanos a preferir alternativas autoritarias y de un ambiente saturado de propaganda y manipulación que intoxica la confianza y la credibilidad en las instituciones y los dirigentes.

Hay que recordarlo y tenerlo en cuenta porque fue así como Mussolini accedió al poder en Italia, en 1924, tras obtener el 64 por ciento de los votos válidos. O Hitler en Alemania, cuando consolidó su liderazgo en las elecciones parlamentarias de 1933.

E, incluso, en la España franquista, cuando el dictador aseguró la continuidad de su régimen mediante un referéndum sobre la Ley de Sucesión, en 1947, por el que Franco se convertía en regente del Reino de España con potestad de designar al futuro rey de España, como de hecho hizo. Un referéndum que ganó con el 93 por ciento de los votos.

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Es útil recordar para valorar. Recordar que con la muerte del dictador pudo al fin aflorar la democracia en nuestro país, del mismo modo que recordamos una enfermedad para valorar la vida con salud que posibilitó superarla. Y aunque parezca tabú, es útil saber que España padeció durante cuarenta años una dictadura fascista, la última de Europa. Y que, hasta que no falleció Franco, el país no pudo aspirar a vivir en democracia.

Y que bajo aquel régimen nadie osaba hablar de política y menos aun criticar al dictador. No se podía hablar, aunque ahora parece que tampoco es conveniente remover la memoria de aquella época infausta de nuestra historia, ni siquiera para celebrar haberla superado. ¿Qué heridas siguen latentes? ¿Quiénes se molestan o se sienten ofendidos?

Hace poco visité una exposición sobre los hermanos Machado que subrayaba los lazos sentimentales que los unían con más fuerza que las diferencias ideológicas que mantuvieron. No contaba nada que ningún curioso de esos hechos no supiera, pero ofrecía una oportunidad para relatarla a mis hijos y a quienes la ignoraban. Un colectivo que, salvo excepciones, nada conocen de la dictadura de Franco, aquel general que se sublevó contra la República, inició una guerra civil y gobernó cerca de cuarenta años con un régimen totalitario en el que imperaba la censura, la opresión, los fusilamientos, las cárceles y las depuraciones.

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Un régimen político antidemocrático que rigió la economía, la cultura y la sociedad españolas durante todo ese tiempo, hasta la muerte del dictador, gracias al concurso del Ejército, de cuyas filas salieron los generales sublevados alzados en armas; la Iglesia católica, que bendijo la dictadura como “Cruzada por Dios y España” y paseaba bajo palio al dictador; y al apoyo ideológico de los falangistas, fascistas que nutrieron de servidores al partido único tolerado, el famoso Movimiento, que conformaba el entramado de controles de la sociedad civil (Organización Sindical, Sección Femenina, Frente de Juventudes, etcétera). Nada de eso se recuerda ni para honrar a sus víctimas.

Sí, es bueno recordar. Recordar que el franquismo, como todo totalitarismo, fue un régimen antidemocrático en que el Estado ejerce un control absoluto sobre todos los aspectos de la vida pública y privada, con un poder centralizado en una sola persona: el Generalísimo Franco, líder supremo, omnímodo guía de juicio inapelable, magistratura vitalicia y caudillo de España, responsable solo “ante Dios y la Historia”. Y que pretendió dejarlo todo atado y bien atado para que sus sucesores y nostálgicos continuaran su obra.

Por eso la democracia puede salir fortalecida cuando se la compare con lo que había antes, con esa España negra y triste de una cruel dictadura que tantos años pisoteó los anhelos de libertad de los españoles. Y podrá ser valorada de manera racional cuando seamos conscientes de su fragilidad si no somos capaces de preservarla cada vez que concurramos a cualquier sufragio democrático.

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Porque, a falta de debate historiográfico sobre aquel período de nuestra historia, cuya enseñanza tampoco da tiempo a impartir en los colegios, bueno será, al menos, una conmemoración que refresque la memoria y abra los ojos a quienes canalizan su descontento a través de propuestas retrógradas que añoran ese pasado.

Conmemorar que el dictador murió hace cincuenta años es, pues, celebrar que a partir de entonces la democracia pudo germinar y rige hasta hoy nuestras vidas. No por gracia de Dios, sino gracias a nuestro voto, con el que impedimos que ningún Mussolini, Hitler o similar pueda imponernos su ideario excluyente y delirios totalitarios. Recordar para valorar la democracia.

DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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