En las últimas semanas, los medios de comunicación están haciéndose eco del descubrimiento de un pequeño asteroide (en comparación con lo que flota por ahí), de entre 40 y 90 metros, que podría chocar contra la Tierra, si se confirman los datos sobre su órbita, el 22 de diciembre de 2032, sobre las 14.00 horas. Así de preciso parece el pronóstico.
Al leer la noticia, todo el mundo recuerda enseguida aquella película de ciencia ficción, protagonizada en 1998 por, entre otros, Bruce Willis y Ben Affleck que versaba sobre la catástrofe que iba a provocar el impacto de un enorme asteroide que viajaba en rumbo de colisión con nuestro planeta, pero que se pudo evitar gracias a unos astronautas –norteamericanos, por supuesto–, que lograron destruirlo con una bomba nuclear.
Y llama la atención que, sin tener ni idea de lo que significaba aquel extraño título cinematográfico, hoy hayamos podido relacionar una observación astronómica con un “Armagedón”, un término simbólico de referencias teológicas que alude al fin del mundo. ¿Acaso nos destruirá un asteroide? No lo sabemos.
Los hechos, hasta la fecha, son más prosaicos. Porque lo que trata la noticia es de una roca, de no más de 90 metros, detectada el 27 de diciembre de 2024 por uno de los telescopios de la red ATLAS (Asteroid Terrestrial Impact Last Alert System) de la Universidad de Hawái, situado en Chile, y bautizada como 2024 YR4, que presenta una probabilidad de colisión contra algún lugar de la Tierra de entre 1,5 y el 2 por ciento. Y eso está por confirmar.
De ahí al Armagedón hay un trecho que muchos se han apresurado recorrer. Una colisión que, por lo demás, no causaría, si se produce, una catástrofe a nivel continental ni, mucho menos, el fin del mundo. Pero sí que podría arrasar ciudades enteras que estuvieran dentro de la zona de impacto. Vamos, algo así como la devastación intencionadamente producida de Gaza, sin esperar a que ningún asteroide la causara.
Por el espacio “cercano” a la Tierra, dentro del Sistema Solar, sobrevuelan con cierta regularidad asteroides de toda forma y tamaño, la mayoría de los cuales no despierta ninguna preocupación, salvo que, por su trayectoria, represente una amenaza potencial por la posibilidad, por pequeña que sea, de que colisionen contra nuestro planeta.
Y eso es, hasta la fecha, lo único que han hecho los astrónomos encargados del sistema de vigilancia y defensa planetaria que detectaron el asteroide 2024 YR4 solo dos días después de que se aproximara a la Tierra: observarlo y estudiarlo.
Porque es tremendamente difícil detectar asteroides, pues hasta que no reflejan suficiente luz solar, es decir, hasta que no se acerquen a un astro que los ilumine, son sombras en medio de la oscuridad cósmica. Ahora mismo, el 2024 YR4 está alejándose y desapareciendo de vista rápidamente, por lo que la mayoría de los telescopios tienen dificultades para rastrearlo, y los más grandes y potentes solo podrán “verlo” hasta principios de abril.
Aun así, se han podido efectuar cálculos de su trayectoria y medir su tamaño, a pesar de que en estos momentos se halla a unos 47 millones de kilómetros de distancia y se aleja de nosotros prácticamente en línea recta, siguiendo una órbita alargada (excéntrica) alrededor del Sol.
Pero son datos suficientes para saber que 2024 YR4 volverá acercarse a finales de 2028 a ocho millones de kilómetros de la Tierra, unas veinte veces la distancia a la Luna. Y que su séptimo sobrevuelo, el que se producirá en 2032, es el que presenta más posibilidades de colisionar contra nuestro planeta, pues los cálculos prevén que pasará a unos 106.200 kilómetros de nosotros.
Todos esos sobrevuelos que el asteroide realizará cerca de la Tierra permitirán a los astrónomos mejorar enormemente el conocimiento preciso de su trayectoria orbital, hasta el punto de “afinar” la previsión sobre si el impacto en 2032 es probable o no. Porque, hasta ahora, las incertidumbres sobre su órbita exacta dejan abierta una posibilidad remota de que, efectivamente, el asteroide colisione con la Tierra, hecho que con nuevas observaciones podría descartarse totalmente. O confirmarse.
Lo curioso de la noticia es que una observación astronómica, con la que se descubre un asteroide cuya trayectoria orbital podría “rozar” nuestro planeta, no despertaría tanta atención mediática si no fuera porque recuerda el argumento de la película Armagedón.
Y pone de manifiesto que cualquier espectacularidad sobre una catástrofe sideral, aunque sea remotamente posible, genera más interés que los armagedones bélicos que nuestras ambiciones y avaricias causan actualmente en diversas partes del mundo, tanto en Ucrania como en Palestina, sin que apenas nos conmuevan ni enciendan ningún temor fatalista.
Tal vez sea porque estamos acostumbrados a lo probable y solo nos inquieta lo posible. Y olvidamos que es mucho más probable que nos destruyamos nosotros mismos a que el planeta desaparezca por el posible impacto de un meteorito. En fin, o cada cual se asusta con lo que quiere o yo leo la prensa de forma rara.
Al leer la noticia, todo el mundo recuerda enseguida aquella película de ciencia ficción, protagonizada en 1998 por, entre otros, Bruce Willis y Ben Affleck que versaba sobre la catástrofe que iba a provocar el impacto de un enorme asteroide que viajaba en rumbo de colisión con nuestro planeta, pero que se pudo evitar gracias a unos astronautas –norteamericanos, por supuesto–, que lograron destruirlo con una bomba nuclear.
Y llama la atención que, sin tener ni idea de lo que significaba aquel extraño título cinematográfico, hoy hayamos podido relacionar una observación astronómica con un “Armagedón”, un término simbólico de referencias teológicas que alude al fin del mundo. ¿Acaso nos destruirá un asteroide? No lo sabemos.

Los hechos, hasta la fecha, son más prosaicos. Porque lo que trata la noticia es de una roca, de no más de 90 metros, detectada el 27 de diciembre de 2024 por uno de los telescopios de la red ATLAS (Asteroid Terrestrial Impact Last Alert System) de la Universidad de Hawái, situado en Chile, y bautizada como 2024 YR4, que presenta una probabilidad de colisión contra algún lugar de la Tierra de entre 1,5 y el 2 por ciento. Y eso está por confirmar.
De ahí al Armagedón hay un trecho que muchos se han apresurado recorrer. Una colisión que, por lo demás, no causaría, si se produce, una catástrofe a nivel continental ni, mucho menos, el fin del mundo. Pero sí que podría arrasar ciudades enteras que estuvieran dentro de la zona de impacto. Vamos, algo así como la devastación intencionadamente producida de Gaza, sin esperar a que ningún asteroide la causara.
Por el espacio “cercano” a la Tierra, dentro del Sistema Solar, sobrevuelan con cierta regularidad asteroides de toda forma y tamaño, la mayoría de los cuales no despierta ninguna preocupación, salvo que, por su trayectoria, represente una amenaza potencial por la posibilidad, por pequeña que sea, de que colisionen contra nuestro planeta.

Y eso es, hasta la fecha, lo único que han hecho los astrónomos encargados del sistema de vigilancia y defensa planetaria que detectaron el asteroide 2024 YR4 solo dos días después de que se aproximara a la Tierra: observarlo y estudiarlo.
Porque es tremendamente difícil detectar asteroides, pues hasta que no reflejan suficiente luz solar, es decir, hasta que no se acerquen a un astro que los ilumine, son sombras en medio de la oscuridad cósmica. Ahora mismo, el 2024 YR4 está alejándose y desapareciendo de vista rápidamente, por lo que la mayoría de los telescopios tienen dificultades para rastrearlo, y los más grandes y potentes solo podrán “verlo” hasta principios de abril.
Aun así, se han podido efectuar cálculos de su trayectoria y medir su tamaño, a pesar de que en estos momentos se halla a unos 47 millones de kilómetros de distancia y se aleja de nosotros prácticamente en línea recta, siguiendo una órbita alargada (excéntrica) alrededor del Sol.

Pero son datos suficientes para saber que 2024 YR4 volverá acercarse a finales de 2028 a ocho millones de kilómetros de la Tierra, unas veinte veces la distancia a la Luna. Y que su séptimo sobrevuelo, el que se producirá en 2032, es el que presenta más posibilidades de colisionar contra nuestro planeta, pues los cálculos prevén que pasará a unos 106.200 kilómetros de nosotros.
Todos esos sobrevuelos que el asteroide realizará cerca de la Tierra permitirán a los astrónomos mejorar enormemente el conocimiento preciso de su trayectoria orbital, hasta el punto de “afinar” la previsión sobre si el impacto en 2032 es probable o no. Porque, hasta ahora, las incertidumbres sobre su órbita exacta dejan abierta una posibilidad remota de que, efectivamente, el asteroide colisione con la Tierra, hecho que con nuevas observaciones podría descartarse totalmente. O confirmarse.
Lo curioso de la noticia es que una observación astronómica, con la que se descubre un asteroide cuya trayectoria orbital podría “rozar” nuestro planeta, no despertaría tanta atención mediática si no fuera porque recuerda el argumento de la película Armagedón.

Y pone de manifiesto que cualquier espectacularidad sobre una catástrofe sideral, aunque sea remotamente posible, genera más interés que los armagedones bélicos que nuestras ambiciones y avaricias causan actualmente en diversas partes del mundo, tanto en Ucrania como en Palestina, sin que apenas nos conmuevan ni enciendan ningún temor fatalista.
Tal vez sea porque estamos acostumbrados a lo probable y solo nos inquieta lo posible. Y olvidamos que es mucho más probable que nos destruyamos nosotros mismos a que el planeta desaparezca por el posible impacto de un meteorito. En fin, o cada cual se asusta con lo que quiere o yo leo la prensa de forma rara.
DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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